Recordando viejos tiempos - Inmersión accidentada
Por: Joan Foix  «Karian»
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Supongo que hay cosas que, a pesar de las modernas técnicas, aún son de aplicación hoy día y una de ellas debe de ser la de situarse en un punto, en donde hacer inmersión, utilizando la vieja técnica de las enfilaciones; ya sabéis, si has encontrado un buen sitio, al salir del agua y una vez en la embarcación tomas dos referencias en tierra, en un ángulo no inferior a 90º y así otro día puedes situarte con bastante exactitud en el lugar apropiado, claro que esto depende de como esté funcionando la construcción y del tiempo transcurrido, porque a veces alguna de las referencias ha desaparecido detrás de un bloque de viviendas…

También puede ser que las referencias las tengáis de “referencia” o que no las apuntasteis o simplemente las recordáis vagamente y entonces puede suceder cualquier cosa.

Esto último nos sucedió en una ocasión en que queríamos bucear en una zona de la Costa Brava, más o menos a la altura de Llafranc, para ser un poco más precisos entre les “formigues” i el Faro de Sant Sebastià, concretamente en un lugar conocido como “els Ullastres”.

Aquel día el pescador que nos acompañaba habitualmente no estaba disponible pero se había puesto de acuerdo con un compañero para que nos llevara. Era en pleno verano, así que salimos temprano para aprovechar antes de que empezara a levantarse aire y con una mar completamente llana nos dirigimos al lugar de la inmersión.

Llegado a destino el pescador dejó caer el hierro y sin perder mucho tiempo salté al agua. He de aclarar que normalmente era el primero en saltar porque siempre he tenido problemas con los oídos (el otorrino del club me decía que tenia los cornetes demasiado largos y que con una sencilla operación podría resolver el problema, lo malo era que imponía una condición que en aquella época no me veía capaz de cumplir “dejar de fumar”), como decía, saltaba primero porque, al descender muy lentamente los primeros diez metros, los compañeros siempre me alcanzaba y superaban.

En esta ocasión solo éramos dos y, efectivamente, el compañero me pasó como una flecha.

Teníamos que descender hasta un fondo de unos treinta metros, pero a partir de los veinte la visibilidad era malísima, así que iba mirando el profundímetro: 25, 30, 35, 40…44, a partir de allí el agua volvía a ser transparente y pude ver a mi compañero en el fondo unos metros más abajo. Por fin llegué y estábamos a 50 m, pero de las gorgónias de “els Ullastres” ni el menor rastro, además el fondo no tenía el más mínimo interés.

A poca distancia de donde caí vi lo que parecía coral, que no podía ser porque no había rocas pero me acerqué, se trataba de lo que nosotros denominábamos coralina, que era como un coral pero blando como una gorgónia.

De pronto el paisaje empezó a rodar, me extrañó porque no tenía problemas con los oídos, pero era muy desagradable y me acerque a mi compañero para decirle que estaba mareado. Al llegar a su lado le toqué, giró la cabeza me miró e inmediatamente me cogió por el codo y empezó a subir (según me dijo después, estaba bizqueando tremendamente).

Esto de que empezó a subir es un decir, porque no nos movíamos del fondo.

Debo aclarar que en aquella época, principios de los sesenta, aún no existían lo que después denominaríamos chaleco o armilla compensadora y hoy día jacket, así que en cada inmersión debíamos de prever a que profundidad descenderíamos y lastrarnos de acuerdo con nuestra flotabilidad y en este caso nos habíamos lastrado para 30 m.

Así pues teníamos exceso de lastre por lo que los dos pedaleábamos como desesperados para poder despegar del fondo. Poco a poco fuimos ascendiendo y pasados un par de metros mi malestar desapareció, pero mi compañero más veterano que yo insistió en que continuáramos el ascenso. Así lo hicimos, pedaleando aún con fuerza hasta llegar aproximadamente a los 30 m.

Con tanto esfuerzo para vencer el exceso de lastre y porque negarlo, con la tensión para escapar de la atracción del fondo, gastamos mucho más aire del previsto y así al pasar la cota de los treinta metros nuestras botellas casi vacías se convirtieron en flotadores y salimos disparados hacia la superficie, por lo que tuvimos que seguir pedaleando vigorosamente, pero ahora cabeza abajo para frenar el ascenso. Llegamos a la superficie con los pies hacia arriba y rápidamente nos dirigimos a la cuerda del ancla para bajar hasta tres metros para hacer un poco de descompresión. Poca porque en realidad nos estuvimos en el fondo más de dos o tres minutos.

Es de suponer que el barquero no conocía exactamente las referencias y por ello nos llevó algunas decenas de metros más hacia el mar, pero fuera de la zona “dels Ullastres”.

De haber pensado que al subir nos sucedería lo que sucedió, habríamos nadado hasta el ancla y subido por su cabo, pero, como siempre, esto se piensa después…

Joan Foix  «Karian»