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HISTORIAS DE BUCEO Y SUBMARINISMO
por NICO
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Tras un día soleado
Eran posiblemente las siete de la tarde de un día cualquiera, venía de unas prácticas en la piscina de mi ciudad. Estaba cansado y hambriento, y me esperaban dos pisos de escaleras, y el material expectante en el maletero del coche de mi padre.
Pero no me importaba, eran nuevas sensaciones y experiencias por vivir, el tener que endulzar el equipo me parecía lo mejor que podía hacer en ese momento. Pero antes de subir, me encontré con un amigo que paseaba con su bicicleta por la calle, me paró e invitó a compartir con él buenos momentos buceando, el día siguiente, en una playa cercana. Tras consultar a mi padre y tras su afirmación al respecto me pasé la noche colocando lo que pensé que me llevaría, pensando lo que haría no haría y esperando, una vez más, a que, simplemente, pasara el tiempo.
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Un nuevo día se avecinaba, eran las seis de la mañana y comenzaba el día para mí, comencé a hacer mis ejercicios de rehabilitación. Ejercicios que hago diariamente para poder mantener viva la llama de mi pasión, el buceo. Pasadas unas horas de ejercicio y tras una fría y rápida ducha acudí al encuentro con mi amigo, aquél que me acompañaría este día, debajo del mar. Planeamos la inmersión, iba a ser con tubo y planeamos también el sitio en que lo haríamos y el material el cual nos acompañaría.
Decidimos hacerlo entre la playa de “Salinetas” y la de “Melenara”, en unos riscos situados allí. Y decidimos llevar unas gafas, un tubo y unas aletas ambos, y aparte, unos escarpines, por la posibilidad de pincharnos con erizos o poder hacer una mejor sujeción a nuestras aletas o no resbalarnos en esas rocas traicioneras. También pensé en llevar un traje y los pertinentes plomos, ya que no tengo mucha grasa corporal, y el frío me invadiría no mucho después de entrar en el agua. Siendo este de mi padre y sus misivas a la hora de que lo llevara al ser muy grande para mí me convenció en no llevarlo. Pero lo que si cargué a mi mochila fueron un cuchillo de buceo, ya que nunca se sabe lo que puede ocurrir debajo del mar, y siempre es mejor llevarlo y no tener que usarlo, que no llevarlo y verte en un apuro.
La cámara fue algo instintivo, no pensaba llevarla, pero al final, ya casi despidiéndome la vi, allí, sola, en mi escritorio, y, sin pensarlo, decidí llevármela. No pensaba hacer grandes fotos, pero sí pasármelo bien haciéndolas. Quedaban quince por hacer, y creo que al final hicimos ocho, no muy buenas, todo hay que decirlo, pero, todos comenzamos desde cero. La cámara, comprada pensada en mi bautizo, aún estaba sin mojar, y tras explorar el sitio donde nos sumergimos, decidí portarla, por si acaso, se presentara, una buena toma.
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Cuando salimos de mi casa, con el equipo ya en la mochila, partimos hacia la parada de la guagua, también llamado, bus. Teníamos las aletas atadas en las mochilas, mal atadas por cierto. Pero en esos momentos, íbamos más pendientes de lo que nos esperaba. Esperamos un buen rato en la parada, conversando amigablemente sobre lo que se nos ocurriera, lo que haríamos en el lugar, y si habría buen tiempo en la zona en cuestión.
Llegamos a la playa, teníamos que caminar todavía un buen trecho, ya que el sitio que buscábamos, estaba algo alejado. Por fin, llegamos, todo era precioso a nuestra vista. Nos cambiamos y guardamos las cosas en nuestra mochila, avanzábamos en chanclas por las rocas, buscando el lugar elegido para bucear en él. Encontrado, y sólo con el bañador, procedimos a vestirnos, gafas, tubo y escarpines, cuchillo también en mi caso, nos metimos en el agua, antes de coger aletas o la cámara. Era mi primera inmersión con tubo, y, sinceramente, estaba asustado.
Una pareja que había allí desde antes nos miraba fijamente, con más o menos acierto con el fondo rocoso y resbaladizo, llegamos hasta donde nos llegaba el agua a la cadera. Procedía a colocarme gafas y tubo, y sin más dilación, metí la cabeza bajo el agua. No me fijaba en los peces, quería acostumbrarme cuanto antes al medio, nuevo para mí. Mi compañero ese día fue algo más adentro, no mucho más de dos metros, a explorar las zonas si conocidas por él. Al ver un cangrejo en las profundidades bajo a observarlo de cerca.
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Yo, mientras, seguía acostumbrándome, metiendo y sacando la cabeza del agua cuando me veía agobiado, y metiéndome cada vez, un poco más adentro, siempre con la inestimable ayuda de mi amigo, llamado Saúl. Él me daba ánimos para seguir intentándolo, ya que veía que estaba algo nervioso. Pasados poco más de quince minutos yo no aguantaba más el frío, y decidí salir un momento, él salió conmigo. Mientras nos secábamos al sol, pensamos en llevar la cámara, y tomar algunas fotos de lo que pensábamos mejor para ello. Primero tomé unas de un pasillo desde la entrada al fondo y luego desde el fondo hacia la entrada. Me precedía un diploma en un concurso de cortometrajes, así que no era problema para mí el manejar la cámara, pero si lo era mantenerme estable y sobre todo, apuntar bajo el agua. Capturados los momentos que me parecieron mejores, decidimos tomarnos unas fotos a nosotros mismos, siempre es un buen recuerdo ver tu cara plasmada en un papel o en tu ordenador estando debajo del agua. Seguidamente le dejé la cámara, por su mayor experiencia consideré oportuno que sacara él también unas diapositivas, supuse que al igual que a mí, a él también le haría mucha ilusión el gesto de fotografiar en otro medio.
Tras sacar todas las fotos que quisimos, salimos otras varias veces, y, siguiendo el dicho de que a la tercera va la cencida, la tercera vez que nos mentimos, ya sin cámara cogí algo de valor y fui hasta donde hasta ahora no me atrevía, observando mejor los peces que allí habitaban. Mi ilusión no duró mucho, mis escarpines se llenaron de agua y tuve que ir otra vez, hasta el punto dónde hacía pie. En busca de un lugar estable, donde poder quitar el agua de mis escarpines, en los cuales hacía demasiado peso y en cada movimiento para impulsarme, parecía que iban a salirse. Seguidamente, y ya sin agua en los zapatos me volví a meter. Lo que no llegué a atreverme, por lo menos en esa zona, fue a meter del todo mi cuerpo bajo el agua, aguantando la respiración. Dicen que la práctica hace al maestro, esperemos que, por lo menos, se me valla quitando el miedo. Tras unos minutos de merecido descanso en los riscos, decidimos partir hasta otro sitio donde descubrir nuevos animales que observar.
Caminamos poco más de medio minuto y lo encontramos, pero el fuerte oleaje en esa zona no permitía entrar al agua, y menos, a nosotros, niños inexpertos en el tema. Pero al lado, nuestra salvación, rodeada de algunos bañistas se posaba una charca, al principio la tomamos para bañarnos, pero al ver que incluso no hacíamos pie, decidimos armarnos de nuestro equipo y ponernos únicamente, gafas y tubo. Allí si tuve el valor como para llegar hasta el fondo y subir. Cómo anécdota, puedo decir que en una de esas tragué agua, menos mal que estábamos en un lugar resguardado de las corrientes y con gente alrededor, eso bajó considerablemente mi estrés y poco después seguí practicando. Vimos cantidad de peces y por ello decidimos coger la cámara y fotografiarlos. Yo conseguí, tras un duro seguimiento, coger a un gran pez, el cuál todavía no se su especie, quieto y así poder fotografiarlo. Espero enseñar mis instantáneas pronto, para que vosotros podáis ver lo que yo vi. Esos peces en cuestión eran plateados, pero también vimos unos muy bonitos, de varios colores, entre los que destacaban el verde oscuro y el negro. Allí, y tras ver la bonita pared que podía hacer de fondo para nuestras tomas, decidimos hacernos cada uno una foto delante de la pared. No pudimos resistirnos en plasmar otra vez nuestras caras en una foto. En una mala maniobra y no me pidan que explique sin querer me di contra algún sitio. Puesto que más tarde, me vi la rodilla algo limada. Supongo que fue la adrenalina del momento lo que me impidió sentir el golpe.
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Ya fuera del agua y secos, partíamos de nuevo hacia nuestras casas, comentando lo sucedido. Pero, antes de salir de la playa, decidimos comprarnos unos helados, en un puesto que había por allí. Los helados en cuestión son canarios, y muy antiguos, con lo que me recordó mi niñez, era, otra bonita sensación. La cuál sentiría cada vez que recordara ese maravilloso día. Por fin llegamos a nuestro destino, tras coger otra guagua, esta vez de vuelta y caminar otro trecho hasta nuestras casas, por fin llegamos. Nos encontramos con unos amigos comunes por el camino, y, tras dejar el equipo en casa de Saúl, puesto que la mía no nos cogía de paso, partimos hacia una cafetería. Durante el camino comentábamos nuestras experiencias con ellos, y esperábamos impacientes a comer, el día había sido bueno, pero como siempre, bucear cansa. Las aletas no las usamos, normal también a la profundidad a la que buceamos. Pero e ir con aletas por la calle ida y vuelta, resultó ser bastante curioso a los ojos que nos observaban con interés. En la cafetería el día continuó esplendido, la comida maravillosa y, unos clientes desconocidos, nos hicieron la velada mucho más agradable, no les conocíamos, pero la forma de hablar de una de sus ocupantes, y la de reír de otra, nos hicieron reír durante toda la comida. Acabada ya, y tras toda la tarde dando vueltas, Saúl y yo salados y en chanclas, el día llegó a su fin. Tras la despedida cogí el material y lo llevé a mi casa, ahora sería la misión de endulzarlo, la que me mantendría ocupado. Ha sido un buen día. Posiblemente, estos días de buceo, sean los que más me alegren la vida.
Gracias a todos los que leen estas crónicas, las primeras de mi vida como buceador novel. Ya que leyéndolo, hacen que yo sea feliz, y que escriba más buenos momentos para compartir y recordar. Gracias, sobre todo a ti Ángel, que me has apoyado en estos comienzos como buzo y me has ayudado en todo lo que has podido.
Para cualquier cosa mi Messenger es alfajulietalfa@hotmail.com Me gustaría compartir SENSACIONES y experiencias con vosotros. Muchas gracias por la atención prestada. Hasta la siguiente historia.
Un Saludo, Nico.
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