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HISTORIAS DE BUCEO Y SUBMARINISMO
por NICO

Un azul más pequeño

Otro día más, tras unas semanas desde mi bautizo subacuático y la teoría del curso hecha, esperaba meterme bajo el azul. Esta vez un azul más pequeño, caliente, claro y mucho menos hondo. El azul de la piscina de mi ciudad. Tras el estudio del manual del curso tenía las nociones básicas para defenderme bajo el agua, o por lo menos, el agua de una piscina.

Esperaba, otra vez, ansioso, a que pasara el tiempo, el tiempo antes de poder sumergirme otra vez. Ya era la hora, la hora de acudir a la tienda para coger el equipo e ir a la piscina. Era sábado y casualmente las tres de la tarde. Tras coger la mochila con las toallas necesarias para después del chapuzón partimos en el coche, que no haría mucho, nos llevó a otro viaje submarino, un poco más lejos del que visitaremos hoy. Llegamos al punto de partida, la tienda de buceo, donde nos esperaban los otros compañeros del curso, el olor tan peculiar que me hacía sentir bien seguía allí, ese olor a neopreno. Las cajas con el material y las botellas estaban amontonadas en el suelo, esperando a ser usados, esperando para poder ayudarnos, a sumergirnos en el profundo azul.

 

Tras algo de conversación amigable el instructor nos recordó la necesidad de revisar la caja por si acaso se le olvidara algo, cosa que allí se podía solucionar, pero que ya era más difícil en la piscina. Sin saber mucho lo que me iba a encontrar en mi caja, la número dos, la abrí. Allí me encontré con un traje, ese al que llaman “semi-seco” muy bonito, de color negro y con rayas azules a los lados, aparte, los otros materiales necesarios para una inmersión, esta vez, y a diferencia del bautizo tenía un tubo entre esos materiales. Seguidamente comprobamos las botellas manómetro en mano, no sin algún susto, sólo para los alumnos, por ese aire a presión que sale de las botellas.

Cargado ya el material y cada uno en su coche partimos hacía ese otro azul que nos esperaba apacible, quieto. En esta ocasión mi padre me acompañaría ya no sólo hacía el lugar donde haría la inmersión, sino que surcaría las profundidades junto a mí. Llegamos al lugar, y por una puerta trasera cargamos el material, cosa que se me hizo difícil, no se si por mi escasa edad y fuerza o por la falta de costumbre. No hizo falta mucho tiempo desde que aparcáramos para poder disfrutar a mi manera, de los diversos olores que podía deparar un curso de buceo. Desde el magnífico olor a neopreno o al material de buceo, hasta ese particular olor a cloro que desprenden las piscinas.

 

Por fin llegamos al interior de esa magnífica estructura, al principio sorprendidos por su grandeza, nos fuimos acostumbrando a ella. En esta ocasión también nos acompañaba el encargado de la piscina y un buceador y amigo del instructor, encargado de algunos temas del ayuntamiento, uno de ellos, relacionado de alguna manera o de otra, con el buceo. Él cuál nos hizo fotos en todo momento y nos ayudo a los que en alguna ocasión emergimos de las profundidades por algún temor o situación inesperada. Según dio la orden el instructor empezamos a ponernos el equipo ligero, empezamos con el costoso traje, esta vez con mayor soltura que en sardina me lo puse en un momento, después supe que era por que este estaba algo húmedo, que desilusión.

Tras esto y al ver que el instructor lo hacía me dispuse a estar un rato en el agua, rato que se me hizo corto, ya que en pocos minutos teníamos que ponernos el plomo, las gafas, el tubo y las aletas, íbamos a practicar con el equipo ligero. Reducimos, según nos dijeron, el peso del cinturón de lastre, quitando una o varias piezas de plomo. Dado mi peso yo sólo me quedé con una, mientras que otros podía estar llevando tres o cuatro. Antes de entrar en el agua nos enseñó a ponernos las aletas cómodamente apoyándonos en nuestro compañero, cosa que nos sería de gran utilidad cuando tuviéramos el equipo pesado puesto. Tras esto entramos todos, con mayor o menos soltura en el agua, tal y como nos dijo el instructor en ese momento. Ya en el agua probamos a respirar con el tubo con la cabeza bajo el agua.

Poco después nos mandó uno por uno a ir y venir de un extremo a otro de la piscina con la cabeza bajo el agua, respirando por el tubo, y posterior a eso a hacer apneas sumergiéndonos completamente para emerger luego y soltar toda esa agua acumulada en el tubo, con un potente y desesperado resoplido. Ya pasadas las prácticas con tubo y gafas empezamos a hacer lo mismo pero sin gafas.

Al principio eso fue lo que más me costó, no pude hacerlo bien, mi cuerpo, no acostumbrado intentaba respirar por la nariz, agobiándome un poco. Tras un rato de intentos y ayuda por parte del instructor y el buceador invitado yo y otra, también rezagada, lo conseguimos, igualándonos al resto, nadando de un lado a otro con el tubo, pero sin las gafas. Ahora nosotros mismos nos habíamos demostrado, que si en el supuesto caso de que nos entrara agua en las gafas, no nos ahogaríamos, lo solucionaríamos con las técnicas que más tarde él explicaría. Ya terminadas las prácticas con el equipo ligero montamos el resto, acoplando la botella al chaleco, y el regulador a esta.

Ya montado y con la ayuda del instructor, mi compañero, en este caso mi padre, y yo conseguimos ponernos mutuamente todo aquello que habíamos montado con anterioridad. Vestidos ya, sólo nos faltaban las aletas, ahora si, las explicaciones de cómo ponérnoslas dadas con anterioridad por el instructor, eran de uso obligatorio, si no querías verte en el agua antes de tiempo. Con todo el equipo puesto ya hicimos la misma maniobra de entrada que antes al agua. Y esperamos en superficie a que lo hicieran todos. Todos ya en el agua, el instructor procedió a algunas explicaciones básicas y uno por uno, iba ayudándonos a sumergirnos, en un fondo, no más profundo de un metro y medio. A unos les pudo costar más que a otros pero al final todos estábamos ya bajo el agua.

 

En un semicírculo frente a él de rodillas, bueno, algunos por lo menos lo intentaban y siempre uno por uno nos daba indicaciones de que hacer, primero que nos quitáramos el regulador con aire en los pulmones que tratáramos de cogerlo de nuevo, soplando por él con fuerza, desalojando así el agua en su interior y en el interior de nuestra boca. También nos enseñó a hacerlo sin aire, apretando el purgador del mismo. Todos habiendo hecho esto nos enseñó a vaciar las gafas, si les había entrado un poco de agua, si estaban medio llenas o si lo estaban completamente.

En la segunda me agobié un poco, así que respiré tranquilo por el regulador mientras mi instructor, que se apresuró antes que yo, me hinchaba el chaleco. Tras practicarlo mientras él se ocupaba de los otros al final conseguí hacerlo bien, este y el de tener las gafas completamente llenas de agua. Finalmente nos dio vía libre para dar vueltas por debajo del agua, en la piscina. Mientras él daba vueltas en apnea, vigilándonos de cerca y poniéndonos a prueba a nosotros y a nuestros conocimientos del medio. Ya todos en superficie me quedé un rato más para ponerme a prueba a mi mismo, no demasiado lejos de el borde de la piscina, ese borde que tanto me ayudó a coger confianza en el medio en el que me encontraba. Me quité el regulador de la boca y cogí las gafas con la mano en superficie, seguidamente deshinché mi chaleco.

Cuando tuve la cabeza bajo el agua, sin aire ni visión me puse el regulador y lo purgué, seguidamente me puse las gafas, de las cuales tuve que quitar el agua sobrante de dentro y finalmente, cuando ya notaba el fondo con mis rodillas hinché mi chaleco, lo único que me di cuenta que hice mal fue ponerme las gafas no habiendo hinchado el chaleco antes, aquí no importaba demasiado, el fondo estaba muy próximo a la superficie, pero en aguas más profundas habría que haberlo hecho de otro modo.

 

La anécdota del día fue el que se me partió la goma de las gafas bajo el agua, cuando ocurrió sentí oí un golpe, supuse que eran las gafas porque me empezó a entrar agua en ellas, subía a superficie junto con el instructor y este me dio unas suyas. Otra cosa divertida fue ver mi supuesto octopus a mi izquierda, cosa que me extraño muchísimo, al intentar ponerlo a mi derecha y no poder me extrañé aún más, poco después vi que era el octopus de mi padre, valla confusión. Fue muy divertido verlo bajo el agua, con esas burbujas posadas apaciblemente en su puntiaguda barba. Al final, con el equipo recogido otra vez, y antes de secarme y cambiarme, decidí aprovechar y darme un buen chapuzón en esas aguas someras y más bien cálidas de la piscina.

Secados y vestidos comentamos nuestras propias experiencias debajo de la aguas, llegando a una única conclusión, la experiencia fue maravillosa. Esta vez no fuimos a devolver el equipo, lo llevamos a nuestra casa, donde lo tendríamos que endulzar nosotros mismos. Pero tras la despedida con los compañeros y el buceador del ayuntamiento, con el cuál quedamos en que nos pasara las fotos vía e-mail lo primero que se nos ocurrió tras llegar a casa fue, como siempre, comer. Que después de bucear, por lo que parece, es lo más que apetece. Ya por la noche, mi padre y yo lavamos el equipo, y ahora esperamos a mañana, para devolverlo de dónde lo cogimos, ese lugar, que, a mi parecer, huele tan bien.

Este ha sido el relato de las prácticas que he hecho en piscina con mi instructor y las personas que comparten curso conmigo, al igual que mi bautizo, es un momento que se agradece recordar. Quien sabe si esta pueda ser una historia que cuente a mis nietos, mis nietos buceadores.

Para cualquier cosa mi Messenger es alfajulietalfa@hotmail.com Me gustaría compartir SENSACIONES y experiencias con vosotros. Muchas gracias por la atención prestada. Hasta la siguiente historia.

Un Saludo, Nico.

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