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HISTORIAS DE BUCEO Y SUBMARINISMO
por NICO

Ese otro mundo, el mundo azul

Posiblemente eran las seis de la mañana de un día peculiar en mi vida, por fin, tras semanas de espera por el mal tiempo podría comprobar esas sensaciones que se sienten debajo del agua. Esperaba expectante a que, simplemente, pasara el tiempo. Llegado el momento, mis padres y yo marchamos para encontrarnos con la persona que me guiaría en mis primeros pasos en ese maravilloso mundo submarino.

Sólo con entrar ya se podía captar ese singular olor a neopreno y material de buceo, un olor que a mí, particularmente me encanta y fascina a la vez. Veía todo con la ilusión de cualquier niño que va a hacer algo nuevo. Falto de experiencia intenté sin éxito coger una botella para llevarla al coche. Con una sonrisa, la esposa del instructor me miró y seguidamente se llevó lo que yo no pude, al maletero del coche. Tras unas sencillas aclaraciones de cómo llegar al lugar dónde se practicaría la inmersión partimos a ello.

 

El recorrido fue largo, y más aún por el ansia que tenía de llegar. Por el camino contemplaba maravillado el azul claro precioso del paisaje costero una mezcla entre cielo y mar, que juntos se fusionaban ya al fin, en el horizonte más lejano y a la vez el verde maravilloso de la montaña. Sintiendo el encanto que posee Gran Canaria, un encanto que la hace única. Al fin y tras perdernos varias veces conseguimos llegar al destino.

Un antiguo muelle nos esperaba, rodeado de barcas y ocupado por decenas de buceadores, que se reunían allí, aún siendo lejano el lugar, por la tranquilidad de sus aguas, transparentes y apacibles, rodeadas de un inmenso paisaje submarino, repleto de peces y otras especies marinas que completaban lo necesario para disfrutar de una inmersión. Todos allí sonreían y hablaban. Mientras se ponían el equipo, descansando a la sombra y con el traje medio puesto, charlaban apaciblemente, contemplando el mar, la playa, el muelle...

En medio de todo aquello se situaba un restaurante, el cuál se usaba para después de las inmersiones, o para el descanso de los que no se sumergían en el profundo azul. Antes de que pudiera darme cuanta había llegado también el que sería mi acompañante debajo de aquellas aguas, mi instructor. Ambos nos pusimos, unos con mayor soltura que otros, el traje. Primero, y tras quitarme toda la ropa menos el bañador intenté ponerme el traje, era un denominado “semi-seco” de siete milímetros. Media hora después, y con la ayuda de mi padre conseguí por fin acabar de ponérmelo.

Después de eso cogimos el resto del material y lo acercamos a las proximidades de la escalera, la cuál usaríamos como lugar de paso entre la tierra y el mar. Mientras caminaba cargando los plomos y el resto del material menos la botella y el chaleco, que las llevaba mi padre, contemplaba la superficie del mar, algo asustado de lo que me depararía el viaje a las profundidades, no tan profundas, de aquel singular muelle.

 

Allí, antes de continuar poniéndome el resto del equipo, mi instructor decidió que me diera un chapuzón, para evitar el calor que por allí abundaba. Bajaba por primera vez las escaleras, esas escaleras las cuales bañaba el mar con sus olas, llenas del verde de la montaña, pero en el mar. Dado ya el pequeño baño subí a superficie a continuar poniéndome el equipo. Miraba a mis padres, su cara era de orgullo y alegría, alegría que me contagiaron durante todo el transcurso del día. Ya arriba continué poniéndome los escarpines, las gafas al cuello y los plomos. Bajada media escalera, mi instructor, vestido hace ya tiempo me ayudo con la pesada botella. Desde ese punto de la escalera ya veía como bajaban los otros buceadores y me maravillaba la idea de seguirles.

Puesto ya todo nos situamos mi instructor y yo en la parte baja de la escalera, y dada ya su orden de dejarnos caer, lo hice, junto a él entre por segunda vez, esta vez vestido del todo, en contacto con el agua. En ella y junto con el instructor y otra pareja de buceadores experimentados, aparte claro de los otros que por allí abundaban, emergiendo de las profundidades o apunto de nadar por debajo de ellas, los buceadores.

Allí acaté las órdenes de mi instructor en cuanto a practicar con las gafas puestas y meter la cabeza debajo del agua respirando por el regulador. Una sensación extraña la de respira bajo el agua, y la de respirar por la boca, ese aire más bien seco que desprende, en tu necesidad de aire, el regulador. Al principio, nervioso, no llegué a ver ninguna forma de vida aparte de un buceador navegante bajo las aguas que me sonrió y siguió su camino. Pasados unos minutos nadando con la cabeza bajo el agua, con la ayuda de uno de los integrantes de la otra pareja de buzos, y con la atenta mirada de mis padres y su cámara. Ya llegaba a ver pequeños peces revoloteando cerca de las escaleras, que no hacía mucho, me habían conducido hasta donde estaba. Todo listo y con mi aprobación fuimos descendiendo poco a poco, el cielo iba desapareciendo para darle paso a ese inmenso azul verdoso que se pierde en el horizonte. Todo era extraño para mí, el lugar, los seres que habitaban en él, la respiración...

 

Descendiendo miraba sorprendido y maravillado a las diversas especies que por allí moraba. No pudiéndole dar nombre a casi ninguna seguía sumergiéndome en ese azul, al que llaman mar. La imagen de los peces posados en la arena, o entrando y saliendo a placer de las rocas me absorbían por completo. Casi apartándome del lugar donde estaba.

Cada poco tiempo mi instructor me hacía seña de que debía compensar, señas que me enseñó, momentos antes de tirarnos al agua, en las escaleras, el camino hacia el azul. La única imagen reconocible fue un pez que vi varias veces, una hembra de una especie característica Canaria, la Vieja, con sus colores rojo, amarillo y plateado que las hacen tan peculiares. Poco más se pudo ver mientras seguíamos bajando por ese mundo tan desconocido para mi.

Casi al principio y gracias a su tamaño y colorido pude divisar un pequeño banco de, lo que posteriormente supe que eran, Sargos. Ya en el fondo arenoso pude contemplar una especie de plantas que brotaban de la arena, pronto supe que no eran plantas, sino Anguilas Jardineras, una especie de pez. El cuál parecía que se escondía de nosotros, metiéndose en la arena al sentir nuestra presencia cerca y emergiendo de su propio ser al marcharnos. Ya tocaba subir, y lo hicimos por un fondo de rocas cada vez más altas.

Creí en más de una ocasión que iba a chocarme contra alguna de aquellas rocas, pero no fue así, sólo ocurrió que las vi más cerca de lo que realmente estaban. Subiendo miraba hacia arriba, pudiendo ver únicamente la parte baja de las barcas allí posadas, meciéndose al son de las olas y la superficie, que desde abajo aparecía difusa. Cada vez esa superficie se acercaba más, hasta que en un momento la atravesamos. Había terminado la inmersión.

Aparcado ya en la parte baja de la escalera y sin chaleco, botella ni aletas pude subir, sin poder dejar de sonreír, a la parte alta del muelle. Según vio que estaba seguro y con mis padres, mi instructor volvió a sumergirse, para no aparecer hasta media hora después. En el transcurso de ese tiempo mi madre, con la ayuda de un simpático hombre, me ayudaron a quitarme las partes del equipo que aún faltaban. En su amabilidad llegó incluso al coche para cerrarnos la grifería de la botella.

Con todo el material en su caja, y esta y la botella guardadas en el coche, procedí a vestirme. Al terminar y esperar un pequeño rato tomando el sol en la terraza del restaurante, el instructor por fin salió y pudimos despedirnos de él, del hombre que nos ayudó a quitarme el equipo, y de una conocida, antigua profesora mía, que también andaba apasionada por este mundo del submarinismo. El camino de vuelta apareció con menos paisajes, no se si por el cambio de camino, por que no nos perdimos y alargamos el tiempo o porque iba sumido en el recordatorio de toda aquella experiencia.

Ya en la ciudad acudimos a la tienda a devolver el material que me había ayudado a sumergirme en el agua y a pasar tan buen rato como pasé. Tras las atenciones de la mujer del instructor partimos a casa. Al llegar por fin a casa, con el estómago vacío y los músculos agotados lo único que se me ocurría para hacer era comer y esperar, esperar hasta la próxima escapada a ese mundo azul, que hay en las profundidades.

Espero que les haya gustado mi historia, y que junto a mí puedan ver todo lo que yo vi ese día. Han sido muy buenos momentos los que he pasado escribiendo esto, ya que me ha hecho recordar esos maravillosos momentos que pase bajo el agua, bajo el mundo conocido.

Para cualquier cosa mi Messenger es alfajulietalfa@hotmail.com Me gustaría compartir SENSACIONES y experiencias con vosotros. Muchas gracias por la atención prestada. Hasta la siguiente historia.

Un Saludo, Nico.

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