Una de las razones que me ha traído a Andros, la isla más grande de Bahamas, es que aquí están algunos de los blue hole más famosos del mundo: los agujeros azules. Cavernas excavadas por la disolución de la caliza o por acción de fallas tectónicas hace millones de años y que más tarde, cuando el nivel del mar subió, quedaron sumergidas como cuevas submarinas. Cuando sobrevuelas Andros, los blue hole se ven desde el aire como ventanas redondas (ojos de buey, dirían los marinos) que conectan con un oscuro y tétrico mundo subterráneo. La misma sensación que te da al acercarte a ellos y preparar el equipo para sumergirte: ¿qué **** hago yo aquí, si ahí abajo todo es tenebroso?
Hay blue holes cuya boca de acceso está en tierra. Como The Guardian, uno de los más famosos de Andros y el primero en el que nos sumergimos: un sistema cavernario con más de 700 metros de galerías topografiadas y 150 metros de profundidad. Confieso que he practicado mucho la espeleología y mucho también el buceo, pero nunca los había practicado juntos: el espeleobuceo me ha parecido siempre la actividad de exploración más peligrosa del mundo.
Así que cuando me sumergí en el agua verde y viscosa (¿por qué le llaman entonces blue hole?) de The Guardian, acompañado por dos instructores del centro de buceo del Small Hope Hotel, confieso que el corazón se me desbocaba. Nada más tirarte al agua tienes la sensación de no ver nada: y es que no ves. La primera capa es una mezcla de agua dulce y salobre y partículas en suspensión con visibilidad nula. En esas condiciones bajas a unos 12 metros de profundidad y te internas por una diaclasa poco más ancha que tú, que desciende sin pausa. El acojono es mayúsculo, creedme. Sigues la luz del de delante, pero la turbidez del agua es tal que si te separas un metro... lo pierdes. Y también pierdes el cabo guía si no andas con cuidado.
Así pasan 10 interminables minutos, hasta que por fin la turbidez desaparace y te ves flotando en un líquido oscuro pero transparente, en el techo de una gigantesca sala subterránea con las paredes llenas de estalactitas. El fondo de la sala ni se intuye. Estás a unos 200 metros de la boca y a 45 metros de profundidad. Sabes que no puedes perder los nervios, que tienes que salir por donde has entrado y que el autocontrol es la clave para salir vivo de esa.
Y en vez de ponerte nervioso, te invade una paz infinita. Te sientes ingrávido y feliz en ese útero de piedra, perdido allí en el interior de la tierra, en uno de los medios más hostiles que puedas imaginar. Pero la adrenalina que descargas te coloca en un nirvana espiritual.
Hay también blue holes cuya boca de acceso está en el fondo del mar. Como el Big Blue Hole, frente a la costa Este de Andros, que hicimos más tarde y al que corresponden las fotos azules. Este sí que era "blue" gracias a las corrientes marinas. También es más sencillo que el Guardian, sobre todo en torno a la gran boca de acceso y las primeras galerías.
El espeleobuceo son palabras mayores y no se lo aconsejaría a nadie que no tuviera una buena preparación y una templanza a fuerza de bombas. Pero lo bueno de estos blue holes de Bahamas (como en los cenotes mexicanos o de Belice) es que siempre que vayas acompañado de un guía experto (como Antonio Romero, mi guía mexicano del Small Hope, que recomiendo vivamente), puedes acceder solo a los primeros metros de galerías y disfrutar de un gran espectáculo de colores y contrastes submarinos y de una experiencia adrenalínica en el límite del "no va más".
Fuente:
El Blog de Paco Nadal
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